sábado, 18 de septiembre de 2010

Buscando

El sarcófago. Tenebroso. Es una de esas palabras que vinculo con Drácula. ¿Estará bien? No lo sé. Tendré que mantener el suspenso y hacer como me enseñó mi mamá, buscar la palabra en el diccionario. Así aprendo. Busco y encuentro.
Es increíble, ingreso la palabra en internet y aparece material sobre un grupo de holandeses borrachos. A veces la tecnología falla. Tengo que ser más específica para esquivar largos pasillos oscuros de desconocimiento. Incorporo unas comillas, un signo de suma. Quizás así tenga suerte, como predica Google, voy a tener suerte y de ese modo reina el sol.
Creo que estoy más cerca del significado de sarcófago. Se abren varias ventanas y olvido lo que busco al tiempo que me entretengo con pequeñeces. De golpe el fastidio y el llanto desconsolado de no saber lo que necesito conocer y que mis ojos piden a gritos gotitas para combatir el cansancio visual. Cierro las ventanas, pestañas, lo que sea y me ubico donde hay una cruz y clickeo.
Todo se vuelve nítido. Me invade un jolgorio infantil aún cuando no descubro qué es un sarcófago pero mi dedo y mis ojos piden un descanso. Así que para mí sarcófago y Drácula van de la mano.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Guerra de sexos

La potranca siempre tan bruta. Barro. Sucia. Se revuelca en la misma mugre. Intenta salir de ahí pero no puede, es en vano. Se vuelve a caer. Quiere retomar.En cambio, la vaca tiene otro andar. No digo que sea más elegante pero es otra cosa. Cuando nos movemos decimos algo.Ella tiene altura, compás.Que se yo. Él es el mejor de todos.Se luce por donde se lo mire. Su cabellera es de envidia de muchos, aunque cuando hace sus necesidades prefiero estar lejos.Cuando el caballo la ve a ella se pone loco. Todos los del sexo masculino son iguales. La yegua lo puede,lo domina. Relincha y pierde toda elegancia. Ella lo mira de reojo.
Histéricos si los hay, la perra es la peor de todas. Su olfato le permite distinguir a la distancia a su enamorado. ¡Qué hija de perra! ¿Será feliz con su futuro enamorado?
Pobrecito, el burro es impresentable. No le encuentro ningún atributo. Bueno, en realidad sí, sólo uno y muy grande. Cuando era pequeña me dejó sin palabras.
Hablando de palabras, la cotorra es una ladrona. Puede ser muy linda, pero de tanto repetir aburre, me satura. Se afea. Por otra parte, el pajarito me fascina aunque prefiero los jilgueros ya que su cantar y la combinación de colores en su diminuto cuerpo son admirables. Admito que a la mañana cuando canta igual lo quiero matar.
De la nutria poco puedo decir.Insípida, un animal sin mucha energía. Ahora sí, me lo voy a permitir, odio a los gatos. Sin más, no lo disimulo.Me parecen solitarios, poco cariñosos aunque reconozco la habilidad que poseen para desplazarse en distintas superficies.
La zorra, creo que nunca vi ninguna. ¿Será que el zorro se lleva todo el protagonismo?

Capricho

Mamá me dice que le pregunte a papá y cuando le pregunto me vuelve a mandar con mi mamá. Entonces, ¿la que decide es mi vieja? Se pasan la pelota y ninguno me contesta. Quiero un perro. Es muy simple la cosa. Ya estoy grande ¡tengo 10 años! No soy una nena. Si mi amiga Nerina tiene un salchicha ¿por qué yo no?
Tengo buenas notas y fui abandera ¿qué más quieren? Les voy a decir que si no me compran un perro no los quiero más y que no les voy a hablar. Juro que lo hago. Si le insisto a mi papá seguro que afloja. Voy a llorar un poco. Lo tengo que conseguir.
Ordené mi cuarto e hice la tarea. Ahora voy a encarar a mi mamá y hasta que no me explique por qué no quiere un perro no paro. Seguro va a empezar con eso de que los perros necesitan espacio, un parque y bla bla bla. Si lo voy a cuidar yo ¿por qué no me lo compra?

Silencio. Oscuridad

Silencio. Oscuridad. Alguien dice mi nombre. Mis ojos se abren y mi boca esboza una sonrisa. Carcajadas. No entiendo lo que sucede. ¿Qué les causa risa?
Mis extremidades no paran de moverse de un modo descuidado, torpe. Quiero detenerme y no puedo. Los que están frente a mí parecen indiferentes. Ruido de madera. Mi pierna se choca con mi mano y hace un sonido extraño,hueco.
Giro mi cabeza y observo un hilo transparente y brillante. Intento alcanzarlo pero me es imposible. Los niños se ríen mientras los pochoclos se les caen de las manos.
Estoy sentado en una silla rodeado del hilo transparente y brillante. No me puedo mover. Escucho las risas pero no veo. Silencio. Oscuridad.
Unas manos tibias me ubican en una caja forrada de terciopelo rojo. Durante el viaje me sacuden y escucho voces. Al rato, alguien dice mi nombre y el movimiento, las risas y el olor a madera se hacen insoportables. Mis párpados caen y vuelven a su lugar según la manera en la que me muevan.
Aplausos, risas y otra vez mi nombre "La marioneta feliz"

Viernes

Viernes. Temprano. Apurada para no perder la costumbre. Sin embargo, al pasar por el lavadero, mi paso disminuye porque disfruto el aroma de la ropa recién limpia y el sonido de las máquinas funcionando. Cierro los ojos y respiro con fuerza para llevarme un poco de ese aroma, que poco tendrá que ver con el mix de olores del colectivo. Ahí lo vi. Debo reconocer que no era la primera vez que me lo cruzaba en el barrio. Continué mi paso acelerado para el ciento ochenta y cuatro no se me fuera. A la semana siguiente, lo volví a ver apoyado en el auto y esperando en la puerta del lavadero. Su bolsa estaba vacía e imagino que esperaba a que le entregaran la ropa con el perfume que tanto me gusta.
Quién diría que todos somos esclavos de la rutina. Como el sábado es mi día de limpieza general, él tiene los viernes como el día de la ropa. La verdad que no sé cómo serán los demás días, pero los viernes doy fe que aguarda a que se realice el lavado y recoge su bolsa con sus pertenencias.Reconozco que en la semana a veces lo veo pasar desde el colectivo, con su barba, sus rastas recogidas y el poncho marrón. Su caminar es lento y arrastra los pies con zapatillas que le quedan grandes y poseen un tono gris de tanto uso. En su mano derecha lleva una bolsa blanca, con letras azuladas de un supermercado de la zona y en su mano izquierda aprieta un pañuelo cuadrillé. Por la tarde lo veo caminar por la avenida Cabildo. No puedo decir a ciencia cierta donde se aloja. Quizás prefiere mantenerse cerca del lavadero. No, nunca lo vi ahí. Se me ocurren muchos recovecos del barrio, pero no lo encuentro.
Me invaden las preguntas, sin poder encontrar una respuesta que me tranquilice. En las semanas de la ola de frío polar lo pienso. Los viernes tengo ganas de hablarle pero no me animo. ¿Cómo será su voz? Cuando nuestras miradas se cruzan siento que somos conocidos, pero luego recuerdo que nunca cruzamos una palabra.

sábado, 10 de julio de 2010

Tres

Grandes hectáreas de campo verde y fértil rodeaban al pueblo. Tomás, el panadero,se levantaba temprano para hornear los bollos de pan y llevárselo a los demás.Sebastián dormía abrazando sus sábanas de ovejitas que tanto le gustaban y su padre, Julián se despertaba con el canto del gallo para ordeñar las vacas.
Tres hombres de distintas edades se dividían las tareas y se las arreglaban bastante bien.Lo esencial no faltaba. Tomás se encargaba de la panadería, tanto de lo dulce como de lo salado y una vez al mes visitaba el pueblo más cercano en busca de víveres.Sebastián a su corta edad era un excelente cadete y entusiasta a la hora de realizar nuevas tareas. Su padre se desempeñaba en áreas relacionadas a los lácteos y la carne, y cuando su hijo se ponía caprichoso lo mandaba a la casa de Tomás.
El día los mantenía ocupados, pero a la tardecita el silencio se hacía oír. Sebastián dormía y despertaba con la almohada mojada de las lágrimas que derramaba. Tomás y su padre compartían unos mates con bizcochitos en sus sillas mecedoras.Cerraban los ojos y dejaban que la brisa los acariciara.De ese modo sentían que lo que les faltaba estaba más cerca.El olor a flores que la brisa traía les recordaba a Sonia, la única mujer que ambos amaron.
Diez años atrás, habían acordado compartir las responsabilidades.Sonia se había ido sin confirmar quién era el padre de Sebastián.La duda los había vuelto locos y el llanto del recién nacido también.Ante la situación decidieron seguir adelante.Sonia había colmado sus corazones y tuvieron que aprender a vivir sin ella. Ahora su hijo aprendería poco a poco lo que era vivir sin una mujer.

miércoles, 23 de junio de 2010

Pan, manteca y azúcar


Sus ojitos me miraban y no comprendían lo que hacía. Entre mate y mate descansaban en mis manos. Se iba a jugar con los demás chicos pero a lo lejos pispeaba lo que pasaba en la mesa de los grandes. Continué cebando mate mientras me arreglaba con lo que había para merendar: pan, manteca y azúcar. Hacía años que no combinaba estos ingredientes que me pertenecían, que hablaban de mi niñez.
Los sábados a la tarde mientras mi familia dormía la siesta, mi papá nos llevaba a la casa de mi abuela. Cinco cuadras en auto que disfrutábamos con mi hermana. Mi abuela nos recibía en bata con la pava en el fuego y el pan del día anterior. Lo cortaba, le ponía manteca y le tiraba una lluvia de azúcar. Mientras el mate pequeño y de metal pasaba delante de mis ojos mi viejo aprovechaba para lavar el auto. Este era el ritual de los sábados. Algo tan simple e irrepetible porque nunca más pan, manteca y azúcar tuvieron el mismo sabor en mi boca. Cierro los ojos e intento recordarlo.
Una mano cálida y pequeña me tocaba la espalda y exaltada abrí los ojos. Era ella que me miraba de lejos. Me pidió un mate y observando de reojo se lo cebé por la mitad para que no se volcara. Lo tomó, subió sus ojos color miel y los bajó para continuar con el mate. Le ofrecí pan y manteca y aceptó sin dudarlo. Seguro que tenía hambre de tanto jugar. Con el pan en su mano buscó mi mirada y luego posó sus ojos en la azucarera.