sábado, 10 de julio de 2010

Tres

Grandes hectáreas de campo verde y fértil rodeaban al pueblo. Tomás, el panadero,se levantaba temprano para hornear los bollos de pan y llevárselo a los demás.Sebastián dormía abrazando sus sábanas de ovejitas que tanto le gustaban y su padre, Julián se despertaba con el canto del gallo para ordeñar las vacas.
Tres hombres de distintas edades se dividían las tareas y se las arreglaban bastante bien.Lo esencial no faltaba. Tomás se encargaba de la panadería, tanto de lo dulce como de lo salado y una vez al mes visitaba el pueblo más cercano en busca de víveres.Sebastián a su corta edad era un excelente cadete y entusiasta a la hora de realizar nuevas tareas. Su padre se desempeñaba en áreas relacionadas a los lácteos y la carne, y cuando su hijo se ponía caprichoso lo mandaba a la casa de Tomás.
El día los mantenía ocupados, pero a la tardecita el silencio se hacía oír. Sebastián dormía y despertaba con la almohada mojada de las lágrimas que derramaba. Tomás y su padre compartían unos mates con bizcochitos en sus sillas mecedoras.Cerraban los ojos y dejaban que la brisa los acariciara.De ese modo sentían que lo que les faltaba estaba más cerca.El olor a flores que la brisa traía les recordaba a Sonia, la única mujer que ambos amaron.
Diez años atrás, habían acordado compartir las responsabilidades.Sonia se había ido sin confirmar quién era el padre de Sebastián.La duda los había vuelto locos y el llanto del recién nacido también.Ante la situación decidieron seguir adelante.Sonia había colmado sus corazones y tuvieron que aprender a vivir sin ella. Ahora su hijo aprendería poco a poco lo que era vivir sin una mujer.

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