miércoles, 23 de junio de 2010

Pan, manteca y azúcar


Sus ojitos me miraban y no comprendían lo que hacía. Entre mate y mate descansaban en mis manos. Se iba a jugar con los demás chicos pero a lo lejos pispeaba lo que pasaba en la mesa de los grandes. Continué cebando mate mientras me arreglaba con lo que había para merendar: pan, manteca y azúcar. Hacía años que no combinaba estos ingredientes que me pertenecían, que hablaban de mi niñez.
Los sábados a la tarde mientras mi familia dormía la siesta, mi papá nos llevaba a la casa de mi abuela. Cinco cuadras en auto que disfrutábamos con mi hermana. Mi abuela nos recibía en bata con la pava en el fuego y el pan del día anterior. Lo cortaba, le ponía manteca y le tiraba una lluvia de azúcar. Mientras el mate pequeño y de metal pasaba delante de mis ojos mi viejo aprovechaba para lavar el auto. Este era el ritual de los sábados. Algo tan simple e irrepetible porque nunca más pan, manteca y azúcar tuvieron el mismo sabor en mi boca. Cierro los ojos e intento recordarlo.
Una mano cálida y pequeña me tocaba la espalda y exaltada abrí los ojos. Era ella que me miraba de lejos. Me pidió un mate y observando de reojo se lo cebé por la mitad para que no se volcara. Lo tomó, subió sus ojos color miel y los bajó para continuar con el mate. Le ofrecí pan y manteca y aceptó sin dudarlo. Seguro que tenía hambre de tanto jugar. Con el pan en su mano buscó mi mirada y luego posó sus ojos en la azucarera.

lunes, 7 de junio de 2010

Detonación



Irma Roy, Dalma Maradona y Mónica Salvador son las protagonistas de "Fuego entre mujeres", la remake de la obra teatral "Piel de chancho". Una obra en la que los personajes o debería referirme a las actrices femeninas realizan un monopolio del espacio del Petit Tabaris. Entorno intimista y aterrador a la hora de digerir las problemáticas tratadas.
Mujeres que evaden hablar de lo que las constituye. Mujeres que adoran a Sandro, eje vinculador de la obra, que hasta posee un santuario en escena y se lleva elogios y miradas fogosas de las actrices.
Una mesa en la que transcurre la charla de las dueñas de casa que también se desplazan a los gritos por el escenario. Tres generaciones que se reprochan en voz baja y a los cuatro vientos los errores de las otras. Mujeres que proyectan. Un trastorno alimenticio, una condición sexual y un trastorno psicológico que las abraza y cachetea al mismo tiempo. Un “carbónico estropeado” en palabras del personaje de Dalma Maradona que esboza los rasgos comunes.
Donde la estructura de “cuarta pared” se rompe para establecer complicidad con el público que se deleita con la actuación de Irma Roy en un papel jugado que roba las risas de los presentes. Quien pareciera ser una víctima de un descuido, es la joyita de “Fuego entre mujeres”.
Obra que combina de un modo explosivo el dolor, el humor, y las relaciones familiares en una familia en la que los hombres brillan por su ausencia. Violencia verbal y física. Ojos que buscan cuerpos que se manifiestan, vendajes que ocultan, curaciones que embellecen, desórdenes que alteran, alcohol que hace olvidar y mucho fuego.


¡Feliz día del periodista! Así empezamos....

La milonga liberada

Ya no es necesario que la dama acate sumisamente las marcaciones del varón ¡ella puede tomar el poder! Los señores salen a bailar con señores y además la pinta es lo de menos. Tales licencias, impensables en las milongas clásicas, han hecho de los espacios dedicados al Tango Queer un refugio cada vez más concurrido

Domingo 20.30. La casa Brandon abre sus puertas para la clase de tango queer.
Hall de entrada, barra, entrepiso, escalera, pista de baile. Salón amplio, piso de damero. A los costados sillones por doquier. Los alumnos, sentados. Algunos tímidos conversan entre ellos. La música acompaña sin aturdir. La profesora da un paso hacia el frente, los alumnos quedan detrás formando tres hileras bien marcadas. Comienzan los primeros pasos y las parejas se lanzan a la pista. Clima de concentración. La parejita joven de hombres viene por primera vez y se les nota. Un poco torpes pierden el compás. No importa, una pareja de chicas los sacan a bailar y se ofrecen a conducirlos. Risas, se sueltan y siguen atentos el paso de sus nuevas compañeras.
“Lo que te puedo contar de mi experiencia es que en los lugares tradicionales me sentía incómoda, con la vestimenta y con los tacos”, explica Roxana Gargano organizadora de La Marsháll. Cuenta que hace 3 años se dedica de forma exclusiva al tango queer. “Toda mi vida tiene que ver con esto. De hecho estoy haciendo una maestría en antropología social sobre tango, tomando a la danza, como un espacio de libertad, con una visión integral de lo que significa el tango. Sin dejar en segundo plano el baile, porque lo que se expresa es el cuerpo. Para mí es algo normal, natural. Vivo con mi mamá y mi nena de 7 años, estando en casa las agarro y a bailar. A mi hija le digo: ¡vamos! ahora conducime vos. Lo vivo como algo cotidiano.”
El tango queer se propone como un espacio abierto, que privilegia el baile sin importar la identidad sexual. Para su aprendizaje y puesta en práctica se desempeñan ambos roles. Conducido y conductor son las palabras claves que no tienen destinatario fijo. La idea es lograr una nueva forma de comunicación con códigos propios. Sin invalidar las prácticas más tradicionales, aportando y generando alternativas de expresión entre los bailarines.
“Creo que la gente que viene por primera vez a bailar y se encuentra con los dos roles le es más fácil. Tenés más libertad para decidir en qué momento y en qué lugar vas a cambiar el rol. Ahora, el que viene con una enseñanza por ahí tiene el conflicto entre lo que aprendió, que es lo que se ve en todos lados y esto nuevo. Pero bueno, cada uno tiene la libertad de elegir cambiar de rol o no”, dice Gargano
Miércoles 22.30. La cola de la gente que espera llega a la calle. Se avanza lento por la escalerita que lleva al salón principal. La gente se saluda efusivamente. Mezcla de voces, sigue entrando gente. Esta noche La Marsháll está completamente desbordada. La pista se va achicando para las parejas que danzan al compás del dos por cuatro. Se anuncia que la semifinal del campeonato de tango sufrió una pequeña modificación. Cuatro parejas se anotaron a último momento para concursar. Las mozas van y vienen con los pedidos. La Marsháll no es sólo una milonga, sino también un punto de encuentro. Roxana cuenta que el espacio surgió como una necesidad de la gente que tomaba clases y no tenía donde practicar.” En La Marsháll, no tuvimos una campaña de marketing, fue de boca en boca. Empezamos con 20 personas y ahora tenemos un promedio de 110 por miércoles. Suena clisé pero, por ejemplo, el estar organizando el campeonato tiene que ver con una cuestión social. Estamos generando espacios y actividades, una nueva manera de sentir. El tango queer no es una moda, no es un lugar exclusivo de gays, lesbianas y travestis, no es categorizar nada. Uno ofrece desde su lugar algo, esto tiene otro vuelo, es generar espacios con otra vuelta de rosca”

Cuarto oscuro

Pido ir al baño y me indican que es en el primer piso. Apurado subo casi corriendo porque me hago pis. Me tropiezo.Se cortó la luz.Me preguntan a los gritos si estoy bien y les respondo que sí con una mano en el picaporte. No veo nada. Inútil prender la luz.Bue...
Voy tanteando. Mis manos se deslizan por las paredes que están cubiertas con posters. El plastificado y las dimensiones me hacen sospechar que son posters de minas en bolas, cantantes o equipos de fútbol. Me hago pis. La puta madre. No me acuerdo si tienen un nene o una nena.Va..un adolescente. Qué bueno.Yo tenía mi habitación con almanaques cual taller mecánico y mi vieja me quería matar.
Se me cayó el reloj. Uy, me golpeé la cabeza con una repisa. Algo se cayó. Lo pisé. Me van a matar. Es un trofeo, ahora que lo tengo en la mano me doy cuenta de la figura del jugador de fútbol. Pero agarré otra cosa,un trapo, una media. Qué olor. Uy, este pendejo.Agarré un calzón. Ahora la entiendo a mi vieja. Qué olor a bolas. Qué épocas, pensar que le huía al baño y ahora me muero por ducharme o lavarme las manos al menos.
Me voy a sentar en el piso así se me van las ganas de orinar. Pero me da asco la habitación. Ya me acuerdo que el pibe se llama Ezequiel. Voy a estirar las piernas. Cuántos cds que tiene. También pueden ser dvds, la verdad que no sé, pero si no me entretengo con algo le mojo la alfombra. Igual con la baranda que hay acá, nadie se sospecharía de mí.

La Loli

Tenía una hermanita, cosa complicada porque siempre me la encajaban para salir. Ella nos veía jugar a la pelota, y creo que tenía ganas de tirar la pila de ropa que mi vieja le asignaba para repartir y meterse en la cancha. Pero éramos todos pibes y yo la mataba si se atrevía. Iba a parecer un maricón. Seguro que después iban a hablar de mi hermana “la marimacho”. Un día se nos escapó la pelota y ella la alcanzó con tanta fuerza que metió un gol. Nos quedamos mudos, y por suerte para mí no hubo comentarios.
Mi mamá trabajaba todo el día planchando para afuera, y en los ratitos libres le preocupaba que Loli no tuviera amigas, y que cuando parecía que por fin tenía alguna, se aburría y las cagaba a trompadas, les tiraba de los pelos o las encerraba en el baúl donde guardábamos los juguetes. Estas aventurillas en el barrio se sabían rápido.
A eso había que agregarle, que mi hermana constantemente se hacía mala fama. Su aspecto no la ayudaba y nuestra situación económica tampoco. El pelo atado y la ropa amplia, su manera de caminar, por no decir que directamente pateaba el piso. Era chueca la pobre, y la única ropa que tenía para ponerse era la que algún cliente le regalaba a mi vieja o la que yo dejaba. Las vecinas le decían a mi mamá: “Dorita, no te preocupes, ya va a cambiar” pero ella insistía que así no se iba a casar, ni tener hijos.
Un día se peleó con los chicos de la canchita porque le mancharon la pila de ropa con la pelota embarrada. Los puteó y los corrió. Los muy maricones se fueron rajando. Porque si hay algo que a mi hermanita siempre le sobró fue actitud. La muy astuta les dijo que sólo los perdonaba si la dejaban jugar y para que no se armara quilombo la mandamos al arco. Como se las arreglaba bastante bien, la ayudábamos a entregar la ropa en horario, para que estuviera en la cancha y practicara. Con el tiempo iba mejorando. De a poco, me fue dando menos vergüenza que la arquera fuera mi hermana.
Mi mamá quiso ir a visitar a mi tía. Mis primas eran aburridísimas, así que yo me quedé con mi viejo en casa. Se la pasaban toda la tarde jugando con las muñecas, a la secretaria y maquillándose. La Loli odiaba esos juegos de “tontas” como decía sin que mi mamá la escuchara. Parece que el paseo no era inocente y mi mamá sabía muy bien lo que buscaba.
Las primas ya no eran tan tontas o a mi hermana se había convertido en una. Porque cuando volvió ya no tenía el mismo carácter. Llegó con ropa nueva y la verdad que le quedaba ridícula. Los pibes la cargaban y ella se ponía colorada. Si había alguien beneficiado con todo esto era mi mamá, que explotaba de felicidad.
Ahora, Loli prefería que la llamáramos Lorena. Ni en pedo, quedábamos como giles en el partido, gritando un nombre de mina. Después, empezó a faltar porque le dolía la panza y mi mamá la apañaba. Cuando venía a los partidos, se la pasaba en el arco arreglándose la remera, ya no nos gritaba, hasta que un día por hacerse las dos trencitas durante una jugada importante le metieron un gol. Los chicos la querían matar y me pedían que le dijera algo, pero no sabía qué.
Para colmo de males, mis primas hicieron una visita sorpresa y mi hermana se quería quedar con ellas. Risitas, bromas que yo no entendía. También hablaban de un chico llamado Ariel. Qué estupidez. De golpe, todas eran tontas, de eso no me quedaban dudas.
Le pregunté a Loli, ahora Lorena, si venía a jugar al fútbol. Se puso colorada, miró a mis primas, se sonrojó y me dijo que no. Cómo les explicaba a los chicos, que teníamos que buscar un arquero ya. No pude juntar coraje y les dije que estaba enferma.
Comenzó el partido, y para asombro de varios, mi hermana no sólo se apareció en la tribuna con el pelo suelto, pollera y maquillada, sino que vino con mis primas. Ellas estaban con unos porteños que alentaban para el equipo contrario. Ese fue el día de la traición. Ya nada nos unió con la Loli. Pasaron varios años hasta que pude comprender que se trataba de una cuestión de género.