lunes, 7 de junio de 2010

La Loli

Tenía una hermanita, cosa complicada porque siempre me la encajaban para salir. Ella nos veía jugar a la pelota, y creo que tenía ganas de tirar la pila de ropa que mi vieja le asignaba para repartir y meterse en la cancha. Pero éramos todos pibes y yo la mataba si se atrevía. Iba a parecer un maricón. Seguro que después iban a hablar de mi hermana “la marimacho”. Un día se nos escapó la pelota y ella la alcanzó con tanta fuerza que metió un gol. Nos quedamos mudos, y por suerte para mí no hubo comentarios.
Mi mamá trabajaba todo el día planchando para afuera, y en los ratitos libres le preocupaba que Loli no tuviera amigas, y que cuando parecía que por fin tenía alguna, se aburría y las cagaba a trompadas, les tiraba de los pelos o las encerraba en el baúl donde guardábamos los juguetes. Estas aventurillas en el barrio se sabían rápido.
A eso había que agregarle, que mi hermana constantemente se hacía mala fama. Su aspecto no la ayudaba y nuestra situación económica tampoco. El pelo atado y la ropa amplia, su manera de caminar, por no decir que directamente pateaba el piso. Era chueca la pobre, y la única ropa que tenía para ponerse era la que algún cliente le regalaba a mi vieja o la que yo dejaba. Las vecinas le decían a mi mamá: “Dorita, no te preocupes, ya va a cambiar” pero ella insistía que así no se iba a casar, ni tener hijos.
Un día se peleó con los chicos de la canchita porque le mancharon la pila de ropa con la pelota embarrada. Los puteó y los corrió. Los muy maricones se fueron rajando. Porque si hay algo que a mi hermanita siempre le sobró fue actitud. La muy astuta les dijo que sólo los perdonaba si la dejaban jugar y para que no se armara quilombo la mandamos al arco. Como se las arreglaba bastante bien, la ayudábamos a entregar la ropa en horario, para que estuviera en la cancha y practicara. Con el tiempo iba mejorando. De a poco, me fue dando menos vergüenza que la arquera fuera mi hermana.
Mi mamá quiso ir a visitar a mi tía. Mis primas eran aburridísimas, así que yo me quedé con mi viejo en casa. Se la pasaban toda la tarde jugando con las muñecas, a la secretaria y maquillándose. La Loli odiaba esos juegos de “tontas” como decía sin que mi mamá la escuchara. Parece que el paseo no era inocente y mi mamá sabía muy bien lo que buscaba.
Las primas ya no eran tan tontas o a mi hermana se había convertido en una. Porque cuando volvió ya no tenía el mismo carácter. Llegó con ropa nueva y la verdad que le quedaba ridícula. Los pibes la cargaban y ella se ponía colorada. Si había alguien beneficiado con todo esto era mi mamá, que explotaba de felicidad.
Ahora, Loli prefería que la llamáramos Lorena. Ni en pedo, quedábamos como giles en el partido, gritando un nombre de mina. Después, empezó a faltar porque le dolía la panza y mi mamá la apañaba. Cuando venía a los partidos, se la pasaba en el arco arreglándose la remera, ya no nos gritaba, hasta que un día por hacerse las dos trencitas durante una jugada importante le metieron un gol. Los chicos la querían matar y me pedían que le dijera algo, pero no sabía qué.
Para colmo de males, mis primas hicieron una visita sorpresa y mi hermana se quería quedar con ellas. Risitas, bromas que yo no entendía. También hablaban de un chico llamado Ariel. Qué estupidez. De golpe, todas eran tontas, de eso no me quedaban dudas.
Le pregunté a Loli, ahora Lorena, si venía a jugar al fútbol. Se puso colorada, miró a mis primas, se sonrojó y me dijo que no. Cómo les explicaba a los chicos, que teníamos que buscar un arquero ya. No pude juntar coraje y les dije que estaba enferma.
Comenzó el partido, y para asombro de varios, mi hermana no sólo se apareció en la tribuna con el pelo suelto, pollera y maquillada, sino que vino con mis primas. Ellas estaban con unos porteños que alentaban para el equipo contrario. Ese fue el día de la traición. Ya nada nos unió con la Loli. Pasaron varios años hasta que pude comprender que se trataba de una cuestión de género.

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