jueves, 13 de mayo de 2010

El descenso del Monte Morgan


¿Es posible ser fiel a uno mismo?
Arthur Miller se instala en Bs. AS. El conflicto en las relaciones humanas es su sello tanto en “Todos eran mis hijos” como en la obra “El descenso del monte Morgan” que también se estrenó en la calle Corrientes.
El protagonista, Oscar Martínez (Lyman) es un hombre exitoso que mantiene una doble vida en secreto. Al chocar, en el monte Morgan, termina postrado en una cama de hospital y su forma de vida queda al descubierto. Carola Reyna (Theo) su legítima esposa, se encuentra con Eleonora Wexler (Leah) la actual mujer. Ambas desconocían la existencia de la otra.
Los personajes, de cara a la realidad exponen sus dolencias con una honestidad que hiere por donde se la mire. Varias justificaciones que resultan convincentes y la moral que se cuela por donde puede. Sin embargo, ésta es evadida por Lyman que reclama ser comprendido.
Mujeres que representan estereotipos opuestos, y justamente por esto son elegidas por Lyman. Quien posee dos personalidades ambiguas. Cuestiones que no son indiferentes a las parejas, como el aburrimiento vinculado a la rutina y la adrenalina del primer encuentro.
Un hombre que elige y evita oír las consecuencias de sus actos. Un hombre de carne y hueso que le huye a la muerte, intentando reinventarse todos los días. Lo posee todo y al mismo tiempo nada.
Porque como él reconoce, se puede ser fiel con uno mismo, pero no con los demás al mismo tiempo, ya que estaríamos hablando de traición. Una rememoración de momentos en los que Lyman hubiese podido blanquear su posición y no lo hizo. Un ir y venir en el tiempo, que permite comprender por qué se ha llegado a esta situación. El paso del desconocimiento al conocimiento, y una resignificación de los años compartidos.
La bigamia como disparador de un proceso de desmenuzamiento de los personajes que se van abriendo hasta quedar vacíos. Cuando todo está dicho, y sólo queda continuar.

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